sábado, 31 de marzo de 2018

Lo bueno y lo malo de Ready Player One

(Reseña libre de spoilers).

Steven Spielberg es un hombre que ha sabido materializar múltiples géneros fílmicos con la exquisitez que lo caracteriza. Todos recordamos al extraterrestre de dedos largos y luminosos amante de los paseos en bicicleta. Esta película (llamada “E.T el Extraterrestre” para los que viven debajo de una roca) nos es épica gracias a las habilidades de Spielberg y no tanto por lo original que resulta la película.


    Spielberg apuesta ahora por Ready Player One, una película de ciencia ficción estrenada el 28 de marzo del presente año. Ready Player One es esa película que todo amante del buen cine y de los videojuegos de antaño quiere ver. Una odisea que mezcla distintos géneros y cuyo core está en esa diferencia de lo que es real y no.
    Basada en la novela de Ernest Cline, Ready Player One es un film entretenido que si bien tiene puntos buenos también se desgracia con algunas cuestiones que te hacen atragantar con las palomitas.

Lo bueno

Efectos interesantes

Si algo se destaca de esta producción es el basto uso de efectos especiales. Tal vez no sean los mejores que se hayan visto en películas de su tipo, sin embargo, Spielberg y su equipo se encargaron de crear mundos y situaciones que son inmejorables.

(youtube.com)


La premisa de Ready Player One crea altas expectativas. Si bien es difícil concebir buenos gráficos en los videojuegos hacerle un homenaje a toda la industria videojugabilística es todo un reto.

La nostalgia


Todo aquel que haya nacido en los 80's sabrá lo nostálgico que es mirar referencias en películas modernas de videojuegos y películas trascendentes de su época. 
    En Ready Player One se destaca esta situación. Sería incluso necesario mirar la película más de dos veces para capturar todos aquellos easter eggs que Spielberg ha decidido incluir. Desde un feroz King Kong hasta un digitalizado Chucky.


Lo más destacable, en la opinión de un servidor, es la inclusión maravillosa que se hace del hotel Overlook, escenario principal de la película El Resplandor basado en la aclamada novela de Stephen King. Los detalles de dichas escenas son magistrales. Podemos reencontrarnos con las tétricas gemelas, la mujer de la habitación 237 y el hacha de Jack Torrance cayendo sin piedad.

Diversidad

Es normal que los productores de hoy día quieran incluir personajes variopintos en sus obras. Esto es indispensable para crear protagonistas con vidas distintas los cuales aportan la sal y la pimienta a una historia. 
    En Ready Player One conocemos a Wide, o mejor conocido en el OASIS como Parzival, que es el típico jugador antisocial cuya vida es un tanto trágica ya que vive con su tía y su nuevo novio que resulta ser un imbécil. En el transcurso de la película conocemos a otros personajes que ayudarán a Parzival a completar una misión suicida. Tenemos a Art3mist (una pelirroja, novia del protagonista), a Aech (una chica de color) y a Sho y Daito (ambos de rasgos orientales). Juntos son el clan por excelencia que, si bien está ya más que visto, son un elemento primordial y bien creado.

Lo malo

A un paso del desastre

El amor. Ese sentimiento que debe estar en todos lados y ayuda a los débiles a derrotar a los malos. En Ready Player One se desarrolla un romance poco creíble entre los protagonistas Parzival y Art3emist. El enamoramiento surge demasiado rápido y no hay tiempo para explicar con detalle todo eso que hace que nuestros héroes quieran besarse bajo el holograma de un árbol.
    La resolución de la historia básicamente es obra de este romance. Esto causa que la película esté a un paso del desastre… y Spielberg quizá ya lo sepa.


El villano

Nolan Sorrento es líder de IOI la empresa desarrolladora del videojuego OASIS que hará imposible la misión de los protagonistas. 
    Ready Player One muestran a un villano que no intimida. Nolan Sorrento es un hombre débil físicamente cuyo único poder es el dinero y la manipulación.


En el mundo virtual puede que crezca su status como antagonista ya que tiene planes dignos de aquellos que ideaba el Doctor Evil en Austin Powers.

El final

No habrá ningún spoiler en este punto, pero es necesario mencionar que existe un elemento que puede rayar lo absurdo a la hora de resolver el conflicto de la película. Ese problema puede justificarse con el simple hecho de que Ready Player One busca entretener y no cambiar la filosofía de la gente. Si usted está buscando esto último le recomiendo mirar Mother, película de Darren Aronofsky.

Ready Player One es excelente para aquellos y aquellas que quieran deleitarse por más de dos horas con una obra de sello Spielberg. Es para los que quieran presenciar un gran homenaje a toda una cultura pop de videojuegos que ya no se producen y a películas destacadas del último siglo. Ready Player One puede ser vista por cualquiera y es un placer mirar de nuevo esos personajes que alguna vez nos entretuvieron.

jueves, 29 de marzo de 2018

Anthony Hopkins


Hopkins es ese actor que todos conocen y respetan. Es ese que miras y te provoca arrodillarte enseguida. Es el actor que merece un aplauso de pie mientras le regalan flores y le avientan dólares.

Anthony Hopkins trabajó como actor por primera vez en 1960 haciendo papeles comunes en obras de teatro. Cualquiera puede ser actor de teatro con previa preparación, sin embargo, su presencia escénica era única. Años después subió algunos escalones y apareció en televisión y en producciones fílmicas.

Quizá la gente pueda identificar a Hopkins gracias a su participación en la mítica adaptación al cine de The Silence of the Lambs en el cual dio vida al famoso sádico sediento de sangre: Hannibal Lecter.
    Su participación en dicha película lo llevó a ganar el Oscar a mejor actor en 1992.



Sus habilidades no se limitan a la actuación.

El señor Hopkins es pintor; es el autor de obras, en su mayoría abstractas, que demuestran un gran talento en cuanto a colores y composición.


Steelworkers
Sus pinturas gritan locura. Sus rostros de ojos energéticos nos demuestran la soledad. Combina colores sacados de los ochenta que al mismo tiempo pertenecen a algún lugar de lo bizarro.

Malibu
Principessa
El legado de este hombre no acaba.

Antes de ser un actor, Anthony Hopkins fue un ávido compositor musical. No se conoce mucho de su obra, pero hoy día podemos deleitarnos con un vals llamado And the Waltz Goes On, creación de nada más y nada menos que del señor Hopkins.


André Rieu antes de interpretar el vals de Hopkins (youtube.com)
La composición fue tocada en vivo por primera vez en el año 2011 a cargo de André Rieu, un conocido director de orquesta. Acceda aquí para escuchar el vals.

El señor Hopkins será recordado, de eso no hay duda.

viernes, 23 de marzo de 2018

7 objetos malditos en la obra de Stephen King


Stephen King es conocido como el maestro del horror moderno gracias a las múltiples historias que ha escrito y publicado a lo largo de los años. King no tiene límites, ha escrito desde terror, romance, novela negra, sobre amistad, futuros apocalípticos, fantasía hasta ciencia ficción. La pluma de Stephen King es audaz. Sus libros cuentan historias originales que te llevan a viajes inigualables en donde las emociones surgen por doquier.

King ha sabido explorar la psique humana lo cual lo ha llevado a utilizar objetos cotidianos que representan los más malvados entes generadores de gritos ensordecedores. La siguiente lista hace un breve repaso por algunos de los objetos más malditos de la obra del maestro del horror.

1. El mono

Todos conocemos a ese mono de juguete que toca alocado sus mini platillos dorados. Stephen King, en su antología Skeleton Crew, incluyó un cuento sobre este peculiar juguete. Es normal que King sienta la necesidad de escribir sobre cosas perturbadoras, especialmente si emanan una aparente ternura.


En “El mono” nos relatan el momento en el que un niño encuentra a un mono de juguete entre las antigüedades de su padre. Se podría predecir que aquel juguete esconde un secreto ya que el padre no parece contento al reencontrarse con su juguete de la infancia. Pronto, su familia comenzará a envolverse en un misterio que podría costarles la vida. El mono, con su sonrisa perpetua y ojos penetrantes, espera sentado la hora de comenzar a golpear sus platillos.

2. El virus de la carretera viaja hacia el norte.

“El virus de la carretera viaja hacia el norte” en un cuento corto incluido en la antología “Todo es eventual”. La historia cuenta el cómo un afamado escritor de horror llamado Richard Kinnell adquiere una pintura llamada “El virus de la carretera viaja hacia el norte” cuya historia sorprende al autor y piensa que, como amante de lo oscuro, es indispensable comprar dicha pintura.

The road virus heads north (youtube.com)
El suspenso prevalece durante todo el relato. Hay algo que está sucediendo con dicha pintura, pero Richard parece no notarlo. La pintura se está moviendo.


3. Christine

Publicado en 1983, Christine es una novela de horror y misterio cuya premisa en simple: un auto aparentemente poseído.


Un chico llamado Arnie Cunningham adquiere un auto Plymouth Fury del 58’ llamado Christine por su dueño original Roland D. Lebay. La novela cuenta el cómo Arnie se obsesiona por el auto a tal grado de perder su amistad con su mejor amigo.

Christine, por otro lado, parece tener ciertos planes de venganza con aquellos que han lastimado Arnie. Las luces cegadoras de sus faros pueden ser lo último que veas.


4. El retrato de Rose Madder

Stephen King escribe de nuevo sobre pinturas. En esta ocasión se trata del cuadro que Rose Daniels mira en una tienda y compra con el dinero que obtiene al empeñar su anillo de casada.

Rose es por fin libre. Vive en una asociación de mujeres llamada Hijas y Hermanas libre de los abusos de su esposo. No hay más sangre ni daño psicológico. Sin embargo, Norman, su pareja de toda la vida, está al acecho.

http://www.darekkocurek.com/en/gallery/image/rose-madder-v-2011
La pintura muestra a una mujer vestida de rojo en un verde campo. Pronto, Rose se dará cuenta del poder que contiene aquella obra de pintor anónimo.

5. Soldados de juguete

Más juguetes en la biblioteca del horror de Stephen King. En esta ocasión se trata de una situación de venganza por parte de una mujer viuda del otrora dueño de una compañía de juguetes.

Battleground, (youtube.com)
Jason Renshaw es un asesino profesional que, en una noche de relajación, recibe hasta su puerta un paquete y una breve nota en su superficie. La acción comienza cuando de la caja comienzan a trepar pequeños soldados verdes armados con escopetas. Jason piensa que se trata de un truco, pero las balas del calibre más pequeño del mundo dicen otra cosa.

Helicópteros, cañones, granadas y ametralladoras vuelan a toda costa hacia el asesino. Tiene que pensar en un plan ya que los soldados están hechos del mejor plástico.

6. El hotel Overlook

Los amantes del cine de horror (el bueno) sabrán que The Shining está considerada como película de culto. Todos recordamos aquella escena de Jack Torrance al asomarse por el agujero de la puerta y decir la icónica frase “here’s Jonny!”. En la novela, sin embargo, no existe esta frase. De hecho, Kubrick se tomó la libertad de moldear la historia original.

The Shining, Stanley Kubrick
Muchos pensarán que el villano de la historia es Jack Torrance; aquel hombre del hacha y sonrisa malévola. El verdadero antagonista de “El resplandor” es el hotel Overlook en el cual se desarrolla toda la historia.


El Overlook contiene almas en pena. Una carga negativa que manipula a Jack y hace que reviva su alcoholismo.


Un hotel digno de las peores pesadillas.

7. La trituradora

La trituradora es un relato incluido en la colección “El umbral de la noche”.
Stephen King de nuevo lleva lo cotidiano a sus niveles acostumbrados de horror. En esta ocasión se trata de una maquina endemoniada que espera ansiosa en una lavandería.

The Mangler, (youtube.com)
Al principio de la historia se muestra al agente Hunton haciendo los protocolos de siempre. No hay nada que investigar ni sospechosos que atrapar. Un cuerpo mutilado yace junto a la trituradora


Los accidentes no terminan ahí; los empleados de la lavandería temen por su vida ya que aquella máquina parece no saciar su sed. El agente Hunton deberá enfrentarse a este peculiar asesino a toda costa.

miércoles, 7 de marzo de 2018

Turismo aconsejable

Autor: Julio Cortázar, 1969


La niña está sentada en las losas de la plaza, jugando con otros niños que se pasan de mano en mano un trocito de cuerda, un fósforo quemado, sumando o restando misteriosos trueques. Está desnuda, tiene unos aros de oro y un adorno que pone una chispa roja en las aletas de la nariz; su sexo diminuto es como una luna naciente entre las piernas morenas. El niño acuclillado a su derecha está también desnudo, y sus nalgas puntiagudas rozan las losas mugrientas cuando se agita para celebrar algún lance de juego. Los otros son mayores, entre ocho y diez años, sus cuerpos se dibujan esqueléticos asomando entre harapos que han conocido ya tantos cuerpos. La niña se concentra en el juego, recibe y da un palito, dice una frase que los otros salmodian entre risas, el juego continúa; un tranvía pasa con un fragor de hierros viejos que hace temblar el aire y el suelo, y los niños no lo miran siquiera; las vías están apenas a medio metro de sus piernas, el tranvía corre entre ellos y otros grupos de niños y de adultos acostados o sentados en las losas de la plaza. Nadie presta la menor atención cuando cada dos o tres minutos cruzan los tranvías entre campanillazos y gritos del enjambre de pasajeros que buscan abrirse paso en las plataformas atestadas. La niña desnuda mira al niño acuclillado a su derecha, le alcanza un trocito de tela, dice la frase que hay que decir; el niño pasa la tela al siguiente, y en el grupo vecino una vieja ya sin edad ni sexo revuelve en una escudilla montada en un pequeño trípode sobre un fuego de basuras, hunde la mano para sacar un poco de pasta blanqueada y la amasa entre los dedos, la alcanza al viejo tendido de lado sobre las losas, con los pies casi rozando las vías, y lo mira sin hablar mientras el viejo revuelve la pasta en la boca sin dientes, la ablanda con las encías antes de tragarla; entonces la vieja se vuelve hacia la muchacha que amamanta a su bebé y le alcanza otra bola de pasta antes de amasar una última para ella; después con un palito, limpia pacientemente la escudilla y la pone junto al trípode, echa un poco de ceniza sobre el fuego para conservarlo. Los dos hombres acuclillados cerrando el círculo hablan entre ellos, se muestran papeles; uno señala hacia el edificio de la estación ferroviaria, en el extremo de la gran plaza, y el otro asiente, escupe en el suelo una espléndida mancha repugnante de betel, al lado del pie de la vieja. Dentro del círculo dos niños desnudos corretean, tropiezan, se enredan en las piernas del viejo o los brazos de los hombres que los contienen, sonriendo, diciéndoles alguna cosa sin impacientarse, cuidándolos para que no salgan del círculo y entren en la región de las vías. Hay treinta y cinco grados centígrados a la sombra, pero no hay sombra en la plaza. 



    Es muy interesante, usted llega a Calcuta en avión porque ya a nadie se le ocurre llegar en tren con ese calor y esas demoras, usted se aloja en un gran hotel del centro, los únicos preparados para recibir a un europeo o a un indio adinerado, ve resbalar sus maletas por los eslabones de una interminable cadena humana que arranca de la portezuela del taxi y termina al borde de su cama, las manos que se van pasando las maletas y siguen extendidas por debajo de una gran sonrisa ansiosa, una cadena de propinas que usted distribuye con fastidio, deseoso de quedarse solo y tomar una ducha y beber un vaso de algo helado; usted llega a Calcuta en avión y descansa un rato en el hotel antes de salir a conocer la ciudad, y en algún momento mira la guía de Murria y entre cuatro cinco cosas decide ir a conocer la estación del ferrocarril, la Howrah Station , y lo decide aunque haya llegado a Calcuta en avión y los ferrocarriles no le interesen para nada en ese país donde hace tanto calor y los horarios se cumplen cuando pueden. Usted ha decidido visitar la Howrah Station no solamente porque las vías afirman que el ambiente es pintoresco, sino porque algún amigo de Delhi o de Bombay le ha dicho que si quiere conocer la India tiene que asomarse un rato a la Howrah Station , entonces usted se pone la ropa más liviana posible, espera a que sean las diez de la mañana o las siete de la tarde, y se hace llevar en taxi a pesar de la evidente sorpresa de chófer que no comprende cómo un europeo puede salir de un hotel para ir a la Howrha Station sin llevar sus valijas y por lo tanto dejar mucho más dinero en sus manos que esperarán a partir de la portezuela del taxi y seguirán hasta el asiento numerado del tren de Benarés o de Madrás. Usted le explica al chófer que simplemente quiere ir a la Howrah Station para conocerla, y el chófer sonríe y encuentra que está muy bien puesto que no va a ganar nada tratando de comprender una cosa tan absurda. Entonces es la city, el tráfico en el que las leyes parecen desmentir todo lo que usted sabía o esperaba en materia de tráfico, el sol que a cualquier hora cae a plomo, la transpiración pegajosa que le resbala por las axilas y la frente y los muslos mientras el chófer no tiene la menor huella de humedad en su cara de fina barba negra, una carrera que parece no terminar jamás aunque su reloj pulsera hable de minutos, como si la saturación humana en las calles, el tráfico de carricoches y tranvías y camiones, los mercados desbordados desde vagos recintos sombríos hasta las aceras hormigueantes y la misma calzada donde todo se mezcla entre gritos, protestas y carcajadas, se fueron tendiendo a lo largo de un tiempo diferente del suyo, una interminable suspensión fascinadora y exasperante, hasta que en algún momento es la zona del río, lo olores de depósitos y fábricas, una curva en una avenida y de golpe, asomando como un monstruo antediluviano por sobre el diluvio de tejados, muestras tenderetes, postes telegráficos, por encima de ese aprovechamiento maníaco de cada rincón del espacio, disponible, se ve surgir el puente de Howrah son su gigantesca fealdad de hierros y cables carcomidos, el enorme costillar de un monstruo caído sobre el río, y el chofer se vuelve para indicar que al otro lado está la estación, que no hay más que atravesar el puente para llegar a la estación, y si el sa’hb quisiera después ir a los templos o al jardín botánico, todo el día en el taxi excelente paseo barato, en su taxi todo el día si el sa’hb quisiera. Abajo ya es el agua, si es agua esa brea pardusca de donde brota una niebla de calor y putrefacción y el humo de las chalanas, la entrada al puente es una asalto a toda velocidad entre tranvías y camiones que se precipitan con la misma furia para llegar antes que los otros a la zona donde el puente se estrecha y hay que seguir lentamente en fila, sintiendo junto a la ventanilla el peso de los ojos de los que avanzan a pie, la serpiente multicolor entre el petril y la calzada, los hombres que se precipitan a la menor detención del tráfico para pedir la limosna golpeando la ventanilla que usted ha subido prudentemente, ofreciéndole frutos o calabazas como si un europeo vestido de blanco pudiera comprar una cosa así en mitad de un puente, proponiendo tráficos en una lengua tras de la cual, mezclada con aluviones de palabras incomprensibles, surgen las voces inevitables, rupee, me very poor, please sa’hb, bakshish please, rupee sa’hb, y el chófer arranca otra vez sin el menor aviso, una mano de niño se engancha un segundo en la portezuela, un cuerpo es rechazado con violencia, tras se oyen risas y quizá insultos, el puente avanza como si el dinosaurio estuviera deglutiendo una masa pegajosa en la que su taxi, los camiones y los tranvías son el elemento sólido flotando entre la marea de hombres y mujeres y niños que llenan el puente a ambos lados y cruzan entre los vehículos en un zigzag interminable, hasta que la digestión termina alguna vez, el ano del monstruo lo expulsa en una avenida repleta de todos los detritos del puente y eso es la plaza de la Howrah Station , usted ha llegado al término del viaje, sa’hb. 



    La niña desnuda, cualquiera de las incontables niñas desnudas de la plaza o de las galerías de la estación, se ha acercado a su madre que se afana atando o desatando un hato de ropas y de trapos, y ha tomado en sus brazos al hermanito menor que llora de espaldas contra el suelo. Llevándolo penosamente, ayudándose con la cintura en la que calzan las piernitas del niño desnudo, se acerca a pedir limosna a un grupo que baja del tranvía, pero para acercarse tiene que abrirse paso en el interminable laberinto de las familias arracimadas en el suelo, los fuegos de las ollas del arroz, los pedazos de esteras mugrientas y que señalan una posesión, un territorio, y donde se amontonan cacerolas, peines, pedazos de espejos, latas con clavos o alambres, a veces bruscamente una flor encontrada en la calle y puesta allí porque es hermosa o sagrada o simplemente una flor. Usted ha bajado del taxi antes de llegar a la entrada de la estación y se ha librado del chófer que se obstinaba en esperarlo, en seguirlo, en explicarle cualquier cosa; ahora va a cruzar la plaza observando a la gente, las costumbres locales de Calcuta, hasta llegar a la estación y visitarla por dentro. Esa mujer de pelo blanco y rostro hundido, que duerme de espaldas junto a un poste de alumbrado, a dos metros escasos de las vías, parece muerta; desde luego no lo está, aunque debe dormir profundamente porque las moscas le andan en la cara y hasta se diría que le entran en los ojos entornados. Los niños que juegan en torno, arrojándose cáscaras de mango o de papaya, trozos de materia podrida que atajan con las manos o el cuerpo entre risas y carreras, no parecen inquietos por la vieja, de manera que no hay razón para detenerse más de la cuenta, y además la mera intención de observar alguna cosa despierta instantáneamente la atención de los que andan cerca o están sentados o tirados en las losas de las plazas, y ya no hay manera de evitar el cerco, los dedos de niños que alcanzan apenas a las rodillas, que sujetan el pantalón tímidamente mientras repiten su bakshish sa’hb, bakshish sa’hb en tanto que otros niños se golpean el estómago con una mano o la tienden suplicante como una diminuta escudilla vacía. Usted no ha desviado a tiempo los ojos de ese cuerpo tendido boca arriba, no ha seguido caminando como su no viera nada, única manera de que los otros lo vean un poco menos; a usted le ha parecido extraño que una mujer pueda dormir con los ojos entornados mientras el sol y las moscas le andan en plena cara, y se ha detenido un instante para cerciorarse de que solamente está durmiendo; entonces le han sujetado el borde de los pantalones, una mujer harapienta le muestra su bebé desnudo con la boca cubierta de pústulas, un vendedor con una cesta de baratijas le explica volublemente las ventajas de la mercancía, un chico de unos diez años roza una y otra vez la correa de su Contaflex y usted le retira la mano con un gesto que quiere ser amable, busca monedas en los bolsillos, las da a los más pequeños para que le suelten los pantalones, consigue zafarse del cerco y meterse más adentro de la plaza; tal vez sólo en ese momento se da plena cuenta de que esos miles de familias, que esa multitud andando o en el suelo, no está en la plaza como usted y cualquier otro pueden estar en una plaza de su país, sino que viven en la plaza, son la población de la plaza, viven y duermen y comen y se enferman y se mueren en la plaza, bajo ese cielo indiferente sin una nube, bajo ese tiempo donde no hay futuro porque allí no cabe la esperanza. Usted ha entrado en el infierno por nada más que cinco rupias, ahora sospecha que esa mujer estaba muerta y que los niños que jugaban tirándose los pedazos de mango sabían que esa mujer estaba muerta, y que más tarde vendrá un camión de la municipalidad a llevársela cuando alguien se moleste en avisarle al policía que dirige el tráfico en la entrada de la plaza. La guía de Murria tiene mucha razón: el espectáculo es pintoresco. 

    La madre que amamantaba al más pequeño de sus cinco hijos ha empezado a cortar en trocitos la legumbre que encontró su marido entre dos vagones del puerto. La niña desnuda regresa con su hermanito en brazos y lo pone en el suelo junto a la madre; está cansada, quisiera comer y dormir, no trae monedas, sabe que su madre no le dirá nada porque sólo de cuando en cuando se consigue una limosna, y pronto la distraen los juegos de sus hermanos, lo que pasa en los otros círculos, en torno a las otras ollas y a los otros fuegos. Los círculos de las familias sólo se quiebran parcialmente cuando alguien se marcha para traficar o mendigar o cumplir quizá algún trabajo asalariado, pero los otros se quedan, siempre hay alguien que cuida el lugar de la plaza donde vive la familia porque si lo abandonaran apenas un minuto lo perderían para siempre, otro círculo se desdoblaría, una pareja joven con sus hijos se apartaría de los padres para ganar ese nuevo territorio e instalar presurosamente su hato de ropas, los cacharros. Y así los menos privilegiados tienen que conformarse con vivir al lado de las vías por donde pasa la muerte cada tres minutos, o en el perímetro de la plaza donde corre el tráfico que va y viene del puente, al borde de la calzada llena de camiones y de carros. Usted ha tratado de calcular el número de personas que viven sentadas o tendidas en la plaza de Howrah, pero es difícil con ese calor que le nubla los ojos y esos niños que siguen llegando de todas partes para pedir limosna; y luego que hablar de personas que viven… Es mejor sortear los grupos más densos, sonriendo vagamente a algún niño panzón que alza sus enormes ojos negros en busca de la limosna, y llegar por fin a una de las entradas de la Howrah Station huyendo del sol para perderse en el vasto vestíbulo sombrío; sólo cuando su zapato está a punto de aplastar una mano de mujer se dará cuenta de que nada ha cambiado, que el vestíbulo continúa el mundo de la plaza y que el suelo está ocupado por una muchedumbre silenciosa o vociferante pero aún más densa que la de fuera, con incontables hombres y mujeres llevando valijas o bultos de ropas, circulando entre las gentes sentadas o tendidas sin que jamás pueda saberse quiénes son los viajeros que esperan los trenes y quiénes, en ese otro círculo privilegiado del infierno, protegido del sol de la plaza, ven llegar y partir los vagones con una vaga, borrosa indiferencia. Quizá en ese momento usted recuerde los folletos de propaganda turística que le han dado a leer en el Boeing de Air India, sin hablar de la guía de Murria; o tal vez la sesión del parlamento de Delhi a la que asistió especialmente invitado para escuchar un discurso de la señora Indira Gandhi. Es posible que allí mismo, con su zapato al borde de una mano de mujer tendida de lado, comiendo unas semillas en el fondo de una hoja muy verde, se dé cuenta de que sólo la locura vuelta acción y más tarde sistema (porque las revoluciones son una locura impensable para los folletos de Air India, la guía de Murria y la señora Indira Gandhi) podría acabar con eso que está sucediendo a sus pies desde ahora un perro acaba de vomitar una masa negra, una especie de sapo mal masticado, junto a la cara de un niño que estira la mano y la hunde en el vómito un segundo antes de que usted tenga tiempo de dar media vuelta y huir hacia una salida; eso que está sucediendo delante de usted pero que no es nada, en realidad absolutamente nada puesto que usted ya ha vuelto la cara y se marcha, es algo que tal vez alcanzará a olvidar esa misma noche mientras se quita el sudor en la maravillosa ducha del hotel, pero que aquí sigue, aquí viene ocurriendo noche y día desde que Howrah Station abrió sus puertas, y en cualquier otra parte de la ciudad y del país mucho antes de que los ingleses levantaran la Howrah Station , y el infierno del que usted está huyendo cómodamente puesto que el chofer después de todo lo esperó afuera, lo espió desde lejos y ya le abre la portezuela riendo alegremente, demostrándole si fidelidad y su eficacia, es un infierno donde los condenados no han pecado ni saben siquiera que están en el infierno, están ahí renovándose desde siempre, viendo irse a unos pocos capaces de franquear las vallas de las castas y las distancias y la explotación y las enfermedades, cerrando el círculo familiar para que los más pequeños no se alejen demasiado y no se los traigan aplastados por un camión o violados por un borracho, el infierno es ese lugar donde las vociferaciones y los juegos y los llantos suceden como si no sucedieran, no es algo que se cumpla en el tiempo, es una recurrencia infinita, la Howrah Station en Calcuta cualquier día de cualquier mes de cualquier año en que usted tenga ganas de ir a verla, es ahora mientras usted lee esto, ahora y aquí, esto que ocurre y que usted, es decir, yo, hemos visto. Algo verdaderamente pintoresco, inolvidable. Vale la pena, le digo.”

Imágenes:
1.- https://www.123rf.com/photo_10751397_painting-in-brown-of-a-mongrel-street-dog-from-thailand.html
2.- http://digitalpleinairsociety.com/2012/11/30/station/

sábado, 3 de marzo de 2018

Mujeres y arte



Desde tiempos tempranos el hombre ha querido ser el símbolo de liderazgo; la cabeza al mando; aquel que se lleva todo el crédito. Tal vez es percusor, en una parte significativa, del feminismo temprano. Las mujeres hoy día tienen voz y existe por fin un equilibrio entre ambos sexos… o al menos eso es lo que se quiere. El problema es que todavía nos falta un empujón para salir de un closet llamado comodidad el cual ha sabido ocultar un ego excesivo. Se creyó por mucho tiempo que los hombres lo podían todo; que tenían la capacidad de hacer lo que las mujeres no podían; incluso se llegó a pensar que las mujeres eran el equivalente a una mascota. Es por eso por lo que el rezago que han sufrido las mujeres en todos los ámbitos es tal que la sociedad se ha acostumbrado a mirar al mundo del arte con ojos afectados. Es fácil nombrar artistas famosos hombres; ahí está Picasso, Dalí, Van Gogh o Monet. Sin embargo, pocas son las mujeres reconocidas en el ámbito.
La siguiente lista es un breve repaso por algunas de las mujeres artistas (ya que hay mucho por dónde escoger) que han influido tanto en el arte como los hombres lo han hecho.

1. Loïs Mailou Jones (1905 – 1998):

Jones fue de las pocas mujeres afroamericanas en atreverse a tomar un pincel y crear obras de arte. En los años 30 y 40, el racismo era todavía un problema social inevitable y, como se puede imaginar, su lugar en el oficio estuvo inundado de obstáculos.

Self Portrait, 1940

El arte de Loïs Mailou Jones exhibe al máximo la cultura africana utilizando una técnica definida. Los colores en sus obras son simples, pero es suficiente para identificarse sintiendo
atmósferas cálidas y familiares, aunque el espectador viva en algún otro lado del mundo.

The Ascent of Ethiopia, 1932

Le Fétiches, 1938

2. Artemisia Gentileschi (1593 – 1654):

Gentileschi creció entre oleos, respirando las pinturas y mirando cómo su padre creaba en el taller de su casa. Le esperaba una herencia excepcional. Sin embargo, la desgracia de Artemisa no llegó hasta 1611 cuando un hombre abusó sexualmente de ella. Comenzó entonces una búsqueda de justicia y los temas en su trazo reflejaban su situación. La gente, por otro lado, no creía la violación hacia Artemisia; eran ciegos, pero hábiles para pensar que sus pinturas no eran hechas por ella. Al final, el trabajo de esta artista es reconocido y sus intenciones recordadas.

Judith Slaying Holofernes, 1620

Annunciation, 1630

David and Bathsheba, 1645

3. Frida Kahlo (1907 – 1954):

El rostro de Magdalena Carmen Frida Kahlo Calderón se encuentra hasta en las bolsas del super. Se le ve siempre con su corona de flores y sus pobladas cejas. La cuestión es que, y por eso la incluyo en esta lista, supo promocionar su obra y su ideología de vida. La gente sabe muy bien quién es Kahlo, sabe que es mexicana y sabe con quién estaba casada, pero la realidad es que estas cosas tienden a ser más importantes que sus mismas obras. Pregúntele a cualquiera que use mercancía de Frida Kahlo sobre sus obras; cuestione sobre el nombre de al menos dos de sus obras ¿acaso usted sabe la respuesta? Frida Kahlo merece ser recordada por sus múltiples pinturas de autorretratos y abstractos escenarios variopintos.

Flower of Life

Roots, 1943


Naturaleza muerta con perico y bandera, 1951


4. Camille Claudel (1864 – 1943):

El arte no sólo se trata de pinturas. Camille Claudel supo esto y decidió que la mejor forma para ella de expresarse era mediante la escultura. Desde muy temprano jugó a ser escultora y hacía pequeñas piezas de barro utilizando a su hermano como modelo. Claudel pronto comenzó a esculpir de verdad y su obra tomó forma en múltiples alegorías al romance y a la desgracia. Sin embargo, la salud mental de Camille se deterioró ya que su esposo Auguste Rodin, más conocido por su obra de El Pensador, fue objeto de la mayor atención por el público mientras que ella y su obra eran ignoradas. El destino de Claudel fue en picada y murió en el sanatorio Montdevergues en 1943.

L'abandon, 1886-1805

La Valse, 1883-1901

La Destinée, 1902

5. Mary Cassatt (1844 
 1926):

Esta artista, pintora por excelencia, nació en una época equivocada; donde el impresionismo no era valorado como lo es hoy día. Sus suaves trazos creaban situaciones del día a día europeo que mostraban en su mayoría a mujeres y a niños. Su vida como artista no fue bien reciba por su padre. Este trato fue producto de la incomodidad masculina y de hecho, Cassatt tuvo que abandonar sus estudios en la academia de artes por la presión de sus compañeros hombres.

Breakfast in bed, 1897

Antoinette at her dressing table, 1909
Tea, 1880

6. Elisabetta Sirani (1638 – 1665):

Mujer dedicada enteramente al arte, Sirani demostró una vez más que no es necesario ser hombre para crear conmovedoras piezas de arte. Los temas de sus obras abarcan atmósferas religiosas e históricas con un manejo delicado de sombras. Sirani fue en un principio influenciada por su padre, Giovanni Sirani. A los 19 años su nombre fue reconocido y su obra alabada.
Sirani falleció a la temprana edad de 27 años, pero su obra, y como todas las mencionadas en esta lista, prevalecerán por siempre como un regalo íntimo a nuestras almas.

Virgin and Child, 1663


Ecce Homo, 1658
Judith with the Head of Holofernes, 1660

¿Qué es realmente el arte?

Creo es obvio, pero debo advertir que las opiniones de la siguiente entrada son basadas en percepciones personales. Me he anclado a la lib...